lunes, 4 de agosto de 2014

BON APPÉTIT

Año: 2010
Países: Alemania, España, Suiza
Dirección: David Pinillos
Intérpretes: Unax Ugalde, Nora Tschirner, Giulio Berruti, Herbert Knaup, Xenia Tostado, Elena Irureta, Susana Abaituna Gómez, Sabina Schneebeli
Guión: Paco Cabezas, David Pinillos, Juan Carlos Rubio
Música: Marcel Vaid
Fotografía: Ricky Morgade
 
Daniel es un joven chef español, recién fichado en en el prestigioso restaurante de Zurich que regenta Thomas Wackerle. Aunque tiene novia en Bilbao, Eva, se enreda sentimentalmente con Hanna, la sumiller del restaurante. Ella, aparte de haber mantenido una breve relación con Hugo, otro chef del local, es la amante de Wackerle, que está casado. Cuando se queda embarazada de Wackerle, Hanna no sabe cómo manejar la situación.
 
Se trata de una mirada representativa de la actual confusión amorosa y vital de tantas personas en la vieja Europa, accionadas por sentimientos cuyo origen y vigencia son difíciles de determinar, no saben de dónde vienen ni adónde van. En efecto, en el restaurante de Wackerle confluye gente de diversas naciones europeas -Italia, Alemania, España, la propia Suiza...-que desprenden simpatía, con deseos de realizarse profesional y personalmente, a los que gusta hacer planes juntos y pasar un buen rato, pero que ignoran el significado de la palabra compromiso, que se mueven entre la amistad y el amor sin saber a qué carta quedarse, y a los que les domina el miedo, por ejemplo, en la responsabilidad de la paternidad...
 
<<Historia de amigos que se besan>>, reza el título de esta película. Desde luego, si algo hay en este film son besos, pero no hay que buscar más allá. La posmodernidad es expuesta como única forma de vida posible. No han transcurrido ni diez minutos cuando recibimos el primer mensaje: <<el amor es sólo química>>. Es Daniel quien firma esta sentencia. Las relaciones son solo sexo, y la atracción se acaba a los 3 años, viene a decirnos nuestro protagonista. Tanto Hanna como Hugo están de acuerdo. Los encuentros entre Thomas y Hanna son únicamente eróticos (aunque ésta se diga enamorada de su jefe), Daniel sólo consigue obtener besos de Hanna, y Hugo va de flor en flor teniendo como diversión el placer.
 
Las relaciones líquidas son las únicas posibles, no existe nada verdadero en el amor digno de ser buscado. Claro que los problemas ante esta exaltación del sentir y ausencia de la voluntad no tardan en presentarse. Hanna queda embarazada de Thomas, y Daniel es incapaz tanto de amar a la que hasta ese momento era su novia como de obtener el amor completo y verdadero de la primera, que afirmaba que no existía y cada vez con mayor urgencia necesita.
 
El choque con la cruda realidad los sume en la consternación. Y la salida a la que optan no es a través del otro, pues no se asume el error cometido hasta ahora, que es precisamente la falta de alteridad, sino la evasión. Daniel, Hanna y Hugo comienzan un viaje en el que se entregan a las salidas nocturnas, donde el alcohol y las discotecas son la medicina perfecta para escapar del desastre.
 
Es aquí cuando se hace patente otro elemento posmoderno: la ausencia del padre. Tanto el de Daniel, pues se marchó a vivir con otra mujer, como el de la hija de Hanna, ya que Thomas no se hará cargo del pequeño para no ser descubierto; se trata de un irresponsable que no ha tenido en cuenta las repercusiones de sus actos en la vida de los demás, su único interés es conservar las cinco estrellas de su restaurante.
 
En esta oscuridad, la única luz nos llega cercana al final. Daniel rechaza seguir trabajando en el restaurante. Se da cuenta de sus faltas y deja de lado su propio yo para darse a Hanna. Esta es la única salida del narcisismo imperante en toda la película. Sin embargo, su intención cae en saco roto. Hanna acepta su amistad, pero no comparte su amor. La inutilidad de comportamientos más nobles y verdaderos queda patente en la última escena, en la que Daniel aparece sentado sólo en la playa leyendo una carta de Hanna en la que le agradece  todo su esfuerzo. Su mirada lo dice todo: de nada han servido mis esfuerzos por algo verdadero, sigo inmerso en la soledad. Una soledad que solo puede ser combatida con narcotizantes como el alcohol y el éxito, y donde los demás quedan totalmente relegados. David Pinillos reconoce que esta forma de vivir la existencia no nos hace felices, pero es la única que él conoce.