martes, 19 de noviembre de 2013

EL NIÑO DE LA BICICLETA


Año: 2011
País: Bélgica
Dirección: Jean Pierre Dardenne, Luc Dardenne
Intérpretes: Cécile de France, Thomas Doret, Jérémie Renier
Guión: Jean- Pierre Dardenne, Luc Dardenne

Cyril, un niño de 12 años, cuyo padre le ha dejado en un centro de acogida (no sabemos que ha sido de la madre), es acogido los fines de semana por Samantha.

La ausencia del padre, que le rechaza, provoca en el niño una auténtica situación de desesperación. Incluso intenta autolesionarse en un momento determinado de la película en que su padre le dice que no quiere saber nada con él. Necesita el cariño y el afecto de su padre y éstos le son negados con absoluta crueldad y egoísmo por el padre, que intenta rehacer su vida con una mujer, y para quien el niño es un estorbo. Solo Samantha, que le acogerá, será capaz de darle un amor maternal que le podrá serenar.

Es fácil pensar hasta que punto un niño/a necesita la presencia de sus padres, presencia que se rompe en un divorcio, aunque haya visitas o incluso custodia compartida. El niño o la niña necesitan al cien por cien el amor de sus padres. Un divorcio en que el padre rechace al hijo dará lugar a la misma situación que se plantea en la película. O incluso en el caso que no haya este rechazo-el padre ve al hijo periódicamente-siempre dará lugar, en el hijo, a una sensación de vacío interior: el hijo necesita el cariño de sus padres juntos, no el de ambos por separado.

Es fuerte la actitud del padre en la película: no quiere saber nada de su hijo porque le estorba para iniciar otra relación. Y sin embargo, ello es muy actual hoy, quizás más en los varones que en las mujeres. Muchos ya no quieren saber gran cosa de sus hijos: les molestan. No importa que sus hijos puedan sufrir: eso no cuenta. No es fácil entender una aparente felicidad que se fundamenta en el olvido de los hijos que se tuvo en una relación anterior.

Han cambiado las cosas: antes, muchos matrimonios no se separaban por no hacer sufrir a sus hijos. A su propio bienestar, anteponían la felicidad de sus hijos. Hoy, es al revés. No importa hacer sufrir a los hijos. Son, digamos así, daños colaterales.

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