martes, 3 de diciembre de 2013

EL MISMO AMOR, LA MISMA LLUVIA


Año de producción: 1999
Dirección:  Juan Jose Campanella
Intérpretes: Ricardo Darín, Eduardo Blanco, Soledad Villamil, Ulises Dumont, Graciela Tenenbaum, Alfonso de Grazia
Guión: Juan José Campanella
Música: Emilio Kauderer
Fotografía: Daniel Shulman

Cuenta la película la historia amorosa  de Laura y Jorge a lo largo de dos décadas, con el telón de fondo de la historia reciente de Argentina y sus avatares políticos. Los dos llegan a vivir juntos, pero él tiene miedo a comprometerse, porque ello significaría perder su libertad. Y eso que ella incluso le pide que se case con él. Al cabo de los años, él se da cuenta que ha  fracasado por no haber sabido aceptar el compromiso.

Aparece como telón de fondo que el matrimonio es incompatible con el amor. No es más que una mera oficialidad, unos convencionalismos, algo que coarta y asfixia la libertad. Pero el matrimonio es la consumación del amor. Implica poner todo lo propio en manos del otro y de manera irrevocable. El que se entrega no quiere reservarse nada, ni ahora ni en el futuro. No hay merma de la libertad: libremente se acepta el compromiso, que es la mejor salvaguardia que esa donación de sí mismo se mantendrá en el futuro. Con el compromiso, los dos cónyuges se comprometen a mantener y aumentar su amor. Amor que tendrá manifestaciones distintas al comienzo del matrimonio o al cabo de cincuenta años, que tendrá que apechugar con las diversas vicisitudes que suceden a las personas en su historia  personal.

Otra idea que está en el fondo de este miedo a comprometerse es que es imposible el compromiso irrevocable. Es importante tener siempre en cuenta que, en cualquier matrimonio, Dios empeña su palabra para sacarlo adelante. Puede ser duro vivir el compromiso matrimonial en circunstancias determinadas, pero la propia lealtad a la palabra dada es también una buena garantía de que el matrimonio saldrá adelante. Por otro lado, es signo de inmadurez pensar que en la vida todo va a ser bonito. Tampoco el matrimonio. El compromiso conyugal implica también la aceptación de los momentos malos.

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