lunes, 12 de diciembre de 2016

NUESTRA HERMANA PEQUEÑA-Umimachi Diary

Año: 2015
País: Japón
Dirección: Hirokazu Koreeda
Intérpretes: Haruka Ayase, Masami Nagasawa, Kaho, Suzu Hirose, Ryo Kase, Ryohei Suzuki, Takafumi Ikeda, Kentaro Sakaguchi, Ôshirò Maeda, Shin`ichi Tsutsumi, Jun Fubuki, Kirin Kiki, Shinobu Ohtake.
Argumento: Akimi Yoshida (manga)
Guión: Hirokazu Koreeda
Música: Yoko Kanno
Fotografía: Mikiya Takimoto.

Una historia muy sentida, entrañable, humana. Con una emotividad que evita el riesgo del empalagamiento. Y tremendamente femenina. Sachi, Yoshino y Chika son tres hermanas que han debido aprender a cuidarse solas desde la ruptura de sus padres, él se fue con otra mujer, y ella, poco responsable, no fue el apoyo que debiera haber sido. De algún modo a Sachi, la mayor, le tocó hacer de madre. La noticia de la muerte del progenitor conduce a las tres hermanas a participar en sus honras fúnebres. La ocasión les permite conocer a su medio hermana pequeña Suzu, adolescente encantadora y responsable, a la que proponen que se vaya a vivir con ellas.

Es una hermosa película sobre la vida misma, y las cosas que hacen que merezca la pena vivirla: el amor, la entrega, la generosidad, el perdón, la familia (la unión familiar puede con todos los problemas), la aceptación de la muerte y la honra a los antepasados. 

Es una historia que funciona como una pieza de cámara admirable, llena de sensibilidad y ternura, teniendo la fragancia de los clásicos perdurables por su simplicidad, delicadeza y calidez. Es un relato sobre tres hermanas que devienen en cuatro, pero también es el relato de una reconciliación familiar o el relato de cómo los lazos entre unas hermanas puede  darle sentido a la vida.

La cámara parece ser una más de la familia. Es una familia desestructurada donde fluye el amor. Y eso le da sentido a todo lo que vemos, compartimos y admiramos. La abnegación -a veces limítrofe con la obcecación- o la ceguera forman parte de este microcosmos que presenciamos, que deambula entre la muerte, los desamores, la pérdida, los reencuentros, las cenas o comidas, las lluvias torrenciales, los paisajes añorados, los recuerdos compartidos o los secretos revelados. Todo lo mínimo y trivial tiene cabida en esta obra sin argumento aparente, sin trama reconocible más allá de lo anecdótico y fugaz que configuran el devenir cotidiano de cualquier ser humano.

Capturar lo poético no es tarea  fácil cuando de lo que se habla es de lo prosaico de la vida, del encadenado de jornadas cotidianas sin otro fulgor ni otro sobresalto que los desayunos, comidas y cenas insignificantes, de las jornadas laborales o escolares que llenan nuestra cabeza y que en su monotonía parecen carecer de relevancia o de trascendencia, de las visitas a los bares o restaurantes que habitamos desde siempre sin saberlo, de los ritos  cotidianos de cualquier familia de cualquier parte del mundo, independiente de su religión, latitud, o problemas. Extraer la poesía de unos kimonos recobrados, exprimir todo el aroma y el gusto a un licor afanosamente elaborado y conservado..parece tarea sencilla pero demuestra la mirada y el temple de un maestro que ama a sus personajes y sus fluctuaciones. Además, Kore-eda mezcla toques de humor, que le añaden un tono maravillosamente agradable a la película.

Hay en esta recreación de la vida familiar, en ese escenario cálido y acogedor, una mirada de autenticidad que traspasa la pantalla. Es grato sentarse a la sombra de los cerezos para compartir un retazo de sus vidas, sus momentos compartidos, sus luchas, sus contradicciones, sus risas, sus miedos, y su honestidad para afrontar la vida.

Hay una escena en la película de las que cortan el aliento: el instante en que las tres hermanas, ya subidas al vagón del tren, invitan a la pequeña a vivir con ellas. La niña da un paso adelante, parece que fuera a subir al tren en ese mismo momento, mientras dice: "iré".

Destaca poderosamente la personalidad de la hermana mayor. Es tan marcada, tan madura y tan hermosa a la vez, que lo llena todo. Tiene rostro de joven y ojos de anciana. Ha hecho de madre antes de tiempo, ha criado a sus hermanas y se ha convertido en el alma de esa casa vieja, que sin ella -sus hermanas, en el fondo, lo presienten- sería un ataúd. El drama de su vida es que también ella ama a un hombre casado, como lo amó la mujer que rompió su familia. Pero, paradójicamente, esa debilidad la salva, porque la vuelve comprensiva. Sin esa flaqueza, habríamos tenido a una mujer intransigente e incapaz de perdonar. Toda una lección de humanidad.

Es una película que te hace sentir cosas muy bellas, que sales del cine con una sonrisa y con el corazón un poquito más grande. No es fácil decir adiós, llegados los créditos finales, a Sachi y sus hermanas.

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