lunes, 20 de enero de 2014

EL HOMBRE QUE SUSURRABA A LOS CABALLOS


Año de producción:1998
Pais: EEUU
Dirección: Robert Redford
Intérpretes: Robert Redford, Kristen Scott Thomas, Sam Neill, Scarlet Johansson, Dianne West, Chris Cooper, Cherry Jones, Kate Bosworth
Argumento: Nicholas Evan (novela)
Guión: Eric Roth, Richard LaGravenese
Música: Thomas Newman, Gwil Owen
Fotografía: Robert Richardson

Dos adolescentes sufren un accidente mientras montan a caballo. Una muere. Grace, la otra, pierde una pierna y queda muy traumatizada. Sus padres, que no se llevan muy bien, no saben que hacer para que la chica recupere la alegría. Hasta que Annie, la madre, toma una drástica decisión: deja temporalmente su trabajo en una revista y se lleva a su hija y al caballo (éste se encuentra en estado semisalvaje desde el accidente) a Montana. Allí vive Tom Booker, un célebre cuidador de caballos.
Una de las historias de la película es la del enamoramiento de los dos protagonistas, Annie y Tom, tratado con mucha superficialidad y sentimentalismo. Porque la realidad es que el personaje protagonizado por Robert Redford sabe que  está cometiendo una injusticia con el marido de la protagonista. Y que, al mismo tiempo, traiciona a la hija de ambos, a quien dice querer. Peor parada sale la protagonista. Sus sentimientos parecen una veleta. Considera positivo dejar a su marido –un buen hombre y un buen marido- y a su hija por un enamoramiento que se antoja superficial. Por otro lado, de la misma manera que deja de estar enamorada de su marido, ¿cuanto tardaría en dejar de estarlo del hombre que susurraba a los caballos?. Además, una mujer tan activa y tan urbana como es, ¿iba a aguantar estar en el rancho?.
Al final la sensatez y la realidad se imponen y Annie vuelve con su marido. Esperemos que, al mismo tiempo, esta “crisis sentimental” le ayude a madurar en su relación conyugal y sea consciente de lo que tiene.

Al ser una película “new age” falta la necesaria referencia a Dios para entender bien la necesidad de la indisolubilidad en el matrimonio. Este aparece como signo visible de la unión de Cristo con la Iglesia. Ciertamente que los no cristianos no conocen este punto de referencia que ayuda a vivir esa indisolubilidad. Aún así, hay muchos matrimonios no cristianos que la viven, porque cualquier matrimonio implica una entrega total y en esa “totalidad” está el “para siempre”, la aceptación de la persona del otro cónyuge “en la salud y en la enfermedad, en la buena y en la mala suerte”. No obstante, la falta de referencia  religiosa en este punto puede hacer que haya situaciones de crisis que no se superen.

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