lunes, 15 de abril de 2013

MIOS, TUYOS Y NUESTROS


Año de producción: 2005
Dirección: Raja Gosnell
Intérpretes: Dennis Quaid, Rene Russo, Sean Faris, Katija Pevec, Dean Collins, Tyler Patrick Jones, Haley Ramm, Brecken Palmer, Ty Panitz, Danielle Panabaker, Linda Hunt
Guión: Ron Burch, David Kidd
Música: Chistophe Beck
Fotografía: Theo Van de Sande

Frank es almirante de la Marina estadounidense. Viudo y padre de ocho hijos, está acostumbrado a llevarlos más derechos que una vela. Helen comparte con Frank dos cualidades: es viuda y como él es madre de familia numerosa, diez retoños. Pero ahí acaba el parecido, pues ella es diseñadora de moda, y su mente creativa le lleva a ser más indulgente con el desorden de sus hijos. No obstante, va a suceder lo inesperado: Frank y Helen se enamoran, de modo que tras casarse su hogar contará dieciocho hijos. Y precisamente éstos no están nada contentos con el arreglo, pues la llegada del nuevo padre y de la nueva madre supone la introducción de nuevas costumbres con las que, unos y otros, por diversos motivos no se encuentran muy a gusto. Los forzosos hermanos se ponen entonces de acuerdo en sabotear el matrimonio.

Es una película menor, pero con ella quiero hacer resaltar una cuestión que puede parecer extraña. El proceso de organizar una familia tan numerosa es tan absorbente, que la pareja olvida que, antes que los hijos, son ellos dos.

La experiencia demuestra que hay muchas separaciones en que los cónyuges se quieren, pero han estado tan absorbidos por el trabajo e incluso por los hijos, que se han olvidado de ellos mismos. Y lo han terminado pagando.

Tiene razón Teresa Díez (Pijama para dos, 2 ª ed., 2009, p. 143) cuando, ante la pregunta ¿a quién salvarías de un incendio, a tu marido o a tus hijos? contesta, ante el asombro de los que la interrogan, que, primero, a su marido. Y, añade que la respuesta refleja una realidad esencial del amor y del matrimonio: “Los hijos son consecuencia del amor de los padres. No es que sean menos importantes, menos queridos o menos entrañables, sino que son consecuencia. Tal cual. Esto tan elemental no parecen pillarlo muchos esposos y, sobre todo, muchas mujeres, a las que el tirón biológico, el instinto maternal, les nubla la vista.

Vamos a ver, amiga Pepi: céntrate –me dan ganas de decir-. A mí no me gustan especialmente los niños. Son muy monos, la alegría de la huerta, todo lo que quieras. Okay Makey , pero a mí gustar-gustar, me gusta mi marido. No saquemos las cosas de quicio. Me he casado, lo he dejado todo, he cambiado el ritmo de vida, por irme con un hombre –o una mujer-. Y resulta que, en cuanto nace un bebé o tengo la parejita, cojo al marido, le quito del casting y le relego al papel de extra.
La defenestración del cónyuge está a la orden del día. Y refleja la falta de idea claras de muchas parejas. (…..)”.

No. Los hijos son consecuencia. Y el amor es su fuente. En eso consiste precisamente su grandeza y su sentido. El hombre y la mujer son, en primer lugar, esposos, y después, padres, como queda subrayado explícitamente desde que Adán y Eva hicieron su aparición en escena.

Lo expresa perfectamente Jean Guitton:
“Existe el peligro de que una madre olvide que es, en primer lugar, esposa. Existe el peligro de que una madre se vuelque en sus hijos y olvide al esposo: entonces él corre el riesgo de  apartarse de ella y buscar el centro de su vida en otra parte. Los hijos son la bendición, la gloria y el esplendor del amor. Convertirlos a ellos exclusivamente en el eje de los pensamientos y cuidados, en detrimento del amor conyugal, que es su fuente, es una debilidad.”

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