Año de producción: 2005
Dirección:
Raja Gosnell
Intérpretes: Dennis Quaid, Rene Russo, Sean
Faris, Katija Pevec, Dean Collins, Tyler Patrick Jones, Haley Ramm, Brecken
Palmer, Ty Panitz, Danielle Panabaker, Linda Hunt
Guión: Ron Burch, David Kidd
Música: Chistophe Beck
Fotografía: Theo Van de Sande
Frank es almirante de la Marina
estadounidense. Viudo y padre de ocho hijos, está acostumbrado a llevarlos más
derechos que una vela. Helen comparte con Frank dos cualidades: es viuda y como
él es madre de familia numerosa, diez retoños. Pero ahí acaba el parecido, pues
ella es diseñadora de moda, y su mente creativa le lleva a ser más indulgente
con el desorden de sus hijos. No obstante, va a suceder lo inesperado: Frank y
Helen se enamoran, de modo que tras casarse su hogar contará dieciocho hijos. Y
precisamente éstos no están nada contentos con el arreglo, pues la llegada del
nuevo padre y de la nueva madre supone la introducción de nuevas costumbres con
las que, unos y otros, por diversos motivos no se encuentran muy a gusto. Los
forzosos hermanos se ponen entonces de acuerdo en sabotear el matrimonio.
Es una película menor, pero con
ella quiero hacer resaltar una cuestión que puede parecer extraña. El proceso
de organizar una familia tan numerosa es tan absorbente, que la pareja olvida
que, antes que los hijos, son ellos dos.
La experiencia demuestra que hay
muchas separaciones en que los cónyuges se quieren, pero han estado tan
absorbidos por el trabajo e incluso por los hijos, que se han olvidado de ellos
mismos. Y lo han terminado pagando.
Tiene razón Teresa Díez (Pijama para dos, 2 ª ed., 2009, p. 143)
cuando, ante la pregunta ¿a quién salvarías de un incendio, a tu marido o a tus
hijos? contesta, ante el asombro de los que la interrogan, que, primero, a su
marido. Y, añade que la respuesta refleja una realidad esencial del amor y del
matrimonio: “Los hijos son consecuencia del amor de los padres. No es que sean
menos importantes, menos queridos o menos entrañables, sino que son consecuencia.
Tal cual. Esto tan elemental no parecen pillarlo muchos esposos y, sobre todo,
muchas mujeres, a las que el tirón biológico, el instinto maternal, les nubla
la vista.
Vamos a ver, amiga Pepi: céntrate
–me dan ganas de decir-. A mí no me gustan especialmente los niños. Son muy
monos, la alegría de la huerta, todo lo que quieras. Okay Makey , pero a mí gustar-gustar, me gusta mi marido. No
saquemos las cosas de quicio. Me he casado, lo he dejado todo, he cambiado el
ritmo de vida, por irme con un hombre –o una mujer-. Y resulta que, en cuanto
nace un bebé o tengo la parejita, cojo al marido, le quito del casting y le relego al papel de extra.
La defenestración del cónyuge
está a la orden del día. Y refleja la falta de idea claras de muchas parejas.
(…..)”.
No. Los hijos son consecuencia. Y
el amor es su fuente. En eso consiste precisamente su grandeza y su sentido. El
hombre y la mujer son, en primer lugar, esposos, y después, padres, como queda
subrayado explícitamente desde que Adán y Eva hicieron su aparición en escena.
Lo expresa perfectamente Jean
Guitton:
“Existe el peligro de que una
madre olvide que es, en primer lugar, esposa. Existe el peligro de que una
madre se vuelque en sus hijos y olvide al esposo: entonces él corre el riesgo
de apartarse de ella y buscar el centro
de su vida en otra parte. Los hijos son la bendición, la gloria y el esplendor
del amor. Convertirlos a ellos exclusivamente en el eje de los pensamientos y
cuidados, en detrimento del amor conyugal, que es su fuente, es una debilidad.”
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