Pais: Estados Unidos
Año: 2001
Intérpretes: John Cusack, Kate Beckinsale, John Corbett, Molly Shannon, Jeremy Piven, Eugene Levy, Bridget Moynahan
Dirección: Peter Chelsom
Guión: Marc Klein
Música: Alan Silvestri
Fotografía: John de Borman
Jonathan (John Cusack) y Sara (Kate Beckinsale) se conocen por casualidad en un centro comercial de Nueva York en Navidad. Aunque en este momento ambos tienen pareja, sienten conexión uno con el otro y comparten momentos románticos esa noche. Al finalizar la noche, los dos sienten deseos de continuar una relación, pero Sara no se siente segura. Jonathan escribe su número de teléfono en un billete con el que Sara page un kiosco, y Sara escribe el suyo en el libro El Amor en los tiempos del cólera que luego vende en una tienda de segunda mano desconocida por Jonathan. Sara cree en el destino, y piensa que si realmente lo mejor es estar juntos entonces de una manera o de otro se encontrarán. Pasan siete años y los dos están a punto de casarse y preguntándose si podrían llegar a reencontrarse nuevamente. Ambos empiezan una búsqueda mutua, la cual tiene un desenlace inesperado.
¿Existe el destino?. Sara cree que sí. Pero es un destino ciego, una especie de lotería. Los cristianos, en cambio, creemos en la Providencia y en la preocupación llena de cariño de Dios por cada hombre y mujer, también a la hora de elegir una persona con la que compartir la vida. Un gran rey, Balduino de Bélgica, escribió una vez en una carta, refiriéndose a Fabiola: “Estaba cada vez más convencido de que Avila (así llamaba Balduino a Fabiola en sus cartas hasta que el noviazgo fue público) había sido elegida, desde siempre, por la Virgen para ser mi mujer, y por ello le estaba sumamente agradecido a Ella….”.
Los dos protagonistas se enamoran instantáneamente. ¿Es suficiente el flechazo para elegir al marido o a la mujer?. Parece que no. Escoger implica dar un paso más allá de la primera impresión, por muy fuerte que sea, teniendo en cuenta, también, que no se puede pretender alcanzar una elección perfecta. Aquí juega el corazón y los sentimientos, pero también ha de tener su sitio la cabeza.
¿Qué tipo de mujer o de hombre quiero para que comparta conmigo su vida?. Es una pregunta que cualquier persona sensata se hace previamente. Tener una idea clara de cómo se quiere que sea el otro o la otra facilitará normalmente la tarea de elegir.
Un segundo factor de selección viene dado por la vida: las circunstancias que nos rodean: ¿cómo encontrar a la persona destinada para cada uno en el mar de individuos del otro sexo?. Por lo más cercano: el trabajo, el pueblo, el barrio, compañeros y amigos, las relaciones de familia, las amigas de las hermanas, los amigos de los hermanos, el club de montañismo , la parroquia y la ONG…Es decir, lo cotidiano, lo próximo a las aficiones e intereses de cada uno. No parece lo más apropiado, por el contrario, ponerse nervioso, sobre todo si el soltero/a está entrado en años y hacer cosas raras: buscar pareja por internet, presentarse a un concurso de televisión o viajar a Asia….
En tercer lugar, hay que buscar las afinidades con la persona que se acaba de conocer. Se elige la diferencia (lo decía Spencer Tracy en la escena final de La costilla de Adán, antes de echar la cortina de la cama que compartía con Katharine Hepburn), pero para que esa relación sea posible, hay que buscar puntos en común. Sin un mínimo de proximidad, o de adecuación de formas de ser, es complicado que la relación prospere. Entre dos personas con formación, ideales o sensibilidades contrapuestas no es fácil que surja nada bueno.
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